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Rafael Molina Sánchez, conocido como Lagartijo (Córdoba, 27 de noviembre de 1841-ib., 1 de agosto de 1900), fue un torero español del siglo XIX.[1] Rafael Molina, Lagartijo está entre los cinco toreros que marcaron la evolución de la tauromaquia y el toreo de los siglos XIX y XX en España; estos grandes califas del toreo, denominados así por la crítica y los aficionados taurinos, fueron: Lagartijo, Guerrita, Rafael González Madrid, Machaquito; Manolete y Manuel Benítez, el Cordobés.[2] En Córdoba se conoció a Rafael Molina, Lagartijo, con el sobrenombre que le dio Mariano de Cavia: el Gran Califa.[3][4]
Fue discípulo del conocido matador de toros Antonio Carmona, el Gordito (1838-1920) —inventor de la suerte de banderillas al quiebro—, de quien aprendió las distintas suertes del toreo como: los cuarteos, recortes y quiebros a los quites de los toros a picadores. Rafael Molina, Lagartijo, fue conocido por su discernimiento del toro y por su entendimiento en la lidia de los mismos, aportó a la tauromaquia su sello y estilo personal toreando al natural.[3] Destacó así mismo por la forma de colocar las banderillas en los pares de frente —conocidos modernamente como banderillas «de poder a poder»—, en los pares colocados «a topa carnero» y en la manera de colocar las banderillas con su conocido «hacer las trébedes», que consistía en aparejar las banderillas en horizontal o apuntando hacia arriba para luego ejecutar la suerte;[2] además de destacar haciendo el «engaño de la silla».
Lagartijo dominó la ejecución de la suerte de banderillas al quiebro, aventajando a su maestro Antonio Carmona, el Gordito. El torero por su osadía en el ruedo fue comparado con el diestro Manuel Fuentes, Bocanegra (1837-1889) por los críticos taurinos y con Francisco Montes, Paquiro, por su técnica, en la que Lagartijo destacó por su manera de entender y desarrollar la tauromaquia.[5]
Recibió el apodo de Lagartijo debido a su pequeña estatura y al carácter vivo y atrevido característico del torero, cualidades que le favorecieron a la hora de esquivar los envites y los derrotes de los toros, así como a la hora de adquirir la habilidad que le permitía evitar encunarse con el toro —se denomina 'encunar' al acto de coger el toro al torero entre las astas— rasgos de los cuales, según Sánchez de Neira, pudo el torero adquirir el mote.[6]